La gente anda diciendo que esta semana dejó claro que el país sigue al filo del ajuste y la desigualdad. El FMI aprobó un nuevo desembolso de 2.000 millones de dólares, una bocanada de oxígeno financiero con estrictas condiciones de austeridad, justo antes de las elecciones legislativas. Para muchos, ese “rescate” es un certificado de dependencia más que de reconstrucción real.
También comentan que el dólar sigue doblegando bolsillos: las cifras oficiales de inflación de julio hablan de un aumento mensual cercano al 4%, muy por encima de lo esperado. Mientras eso pasa, los salarios siguen en caída libre.
Se escucha que el escándalo del fentanilo no da tregua. La cifra de víctimas fatales subió a 76, confirmado por el juez Ernesto Kreplak, y el laboratorio HLB Pharma ya enfrenta una denuncia penal del Estado por certificados falsos y fallas graves en la trazabilidad de las ampollas letales.
Dicen que el gobierno ganó un guiño internacional: EE.UU. firmó un statement of intent para reincorporar a Argentina al Visa Waiver Program, permitiendo viajar sin visa —aunque dependerá del cumplimiento de varios exigentes requisitos técnicos y de seguridad.
También comentan que, mientras eso suena bien en los despachos internacionales, en las calles crece el descontento: según un informe del PJ rural, la baja de retenciones anunciada no trajo mejoras reales al sector productivo; incluso denuncian despidos en frigoríficos y falta de políticas de infraestructura clave.
Se escucha que la SIDE volvió a encender alertas: intentó acceder a información reservada del expediente del ARA San Juan, generando tensión entre Milei y Macri. La grieta digital se agranda con cada filtración sin control.
Dicen también que, mientras al Gobierno le celebran la tapa de los diarios con el dólar controlado, los centros científicos sufren: una universidad pública más echó profesores, hospitales comunitarios cortaron turnos, y las cacerolas no aflojan.
La gente sigue diciendo que sin salud pública, sin ciencia fuerte, sin salarios dignos y sin justicia, ningún dato técnico puede sostener una república. Que el FMI puede mandar billetes, pero el pueblo manda historias y memorias. Y mientras el gobierno firma “acuerdos internacionales”, los barrios tejen redes de resistencia cada vez más fuertes.