La gente anda diciendo

La gente anda diciendo que esta semana la política no sólo fue corrupta, sino peligrosa. Entre los escándalos de coimas y maniobras electorales apareció también un gravísimo caso de violencia extrema: Pablo Laurta, integrante de la agrupación “Varones Unidos”, fue detenido tras asesinar a su expareja y a su suegra. En redes circulan testimonios de…

La gente anda diciendo que esta semana la política no sólo fue corrupta, sino peligrosa. Entre los escándalos de coimas y maniobras electorales apareció también un gravísimo caso de violencia extrema: Pablo Laurta, integrante de la agrupación “Varones Unidos”, fue detenido tras asesinar a su expareja y a su suegra. En redes circulan testimonios de que Laurta pregonaba textos antifeministas y cercanos al discurso libertario; que compartía contenido con Laje y otros referentes del sector. Esta tragedia desnuda hasta dónde puede llevar ese discursos que relativiza violencias de género y encumbra machismos bajo bandera liberal.

Dicen que la brutalidad del acto no es anecdótica: cuando la política legitima odio, menosprecia el dolor y alienta confrontaciones simbólicas (contra la bandera, contra lo público, contra lo que “no piensa igual”), el resultado puede ser una bala, una vida arrancada. Esa línea entre el discurso y el acto violento se quebró esta semana con sangre.

En ese contexto, el asunto Santilli sigue en el centro. Después de que Ramos Padilla revalidara que Karen Reichardt debe encabezar la boleta de Buenos Aires, el oficialismo intentó reacomodos, pero quedó al descubierto que el poder no juega limpio con las reglas.
Y no fue menor que, apenas se viralizaron los posteos antiguos de Sabrina Ajmechet sobre la bandera argentina y Malvinas, las defensas mediáticas salieran a cubrirla. Porque cuando alguien se distancia simbólicamente de la patria, hay quienes prefieren taparlo con luces.

Tampoco quedaron afuera Claudia Ciccarelli y Lorena Villaverde, cuyo vínculo con Fred Machado fue vuelto a poner bajo la lupa. Contratos, conexiones familiares y negocios cruzados vuelven a tejer una red que para muchos es la verdadera fuerza detrás del mostrador político. Cuando los nombres se repiten y los regalos no aparecen, el pueblo empieza a preguntarse: ¿quién manda de verdad?

Mientras tanto, la ofensiva judicial avanzó: los audios de ANDIS siguen censurados, algunos medios fueron allanados, y periodistas denunciaron presiones para no difundir. La autocensura y el silenciamiento se transforman en armas de control.

En lo económico, nada cambia: déficit, reservas en descenso, deuda que come los márgenes. Los mercados tiemblan con cada noticia política, porque saben que esas grietas no se cierran con “ajustes moderados”.

Pero más potente que todo: las marchas. Estudiantes, organizaciones de género, mujeres valientes, agrupaciones populares tomaron calles para denunciar tanto silencio como sangre. Dieron testimonio de que la justicia no puede quedarse en Ley, sino debe estar en acción.

Y como en la esquina alguien gritó con ironía: “Karina se llevaba el 3 %, Laurta mató a dos. ¿Qué parte del liberalismo no aprendió a cuidar vidas?” El chiste duele, pero contiene el escalón silencioso que convierte palabras en actos.

Porque cuando la violencia deja de ser aberración y se convierte en engranaje político, lo que antes parecía exagerado cobra dimensión real. Y la gente —esa que siente en los barrios, las escuelas, los hospitales— entiende que esta grieta entre discurso y acción merece ser denunciada, combatida y juzgada.