La gente anda diciendo que la derrota no es solo una foto, es un aviso. Pero esta semana lo que pegó fuerte fue cómo el poder tambaleó por dentro. Empezando por Espert: los documentos de EE.UU. que lo vinculan con Fred Machado (traficante buscado por lavado y narcotráfico) ya provocaron su renuncia a la candidatura por la provincia de Buenos Aires, dejando al bloque oficialista expuesto y con pocos espejos limpios.
Se escucha que esto no fue solo desgaste personal sino político: la figura de Espert era central para la estrategia de Javier Milei en las legislativas, y su caída deja un hueco que contagia al resto del esquema.
También se comenta que el gobierno recibió otro golpe desde la propia institucionalidad: la Cámara de Diputados aprobó un proyecto que limita el uso de decretos presidenciales, en un claro freno a la verticalidad que Milei exhibía como sello.
La gente anda diciendo que la economía no espera y las grietas se agrandan. Industrias emblemáticas como Lumilagro y Ilva cerraron líneas de producción y dejaron trabajadores en la calle. Mientras se hablaba de superávit y estabilización, el trabajo real se deshilachaba.
Se dice que la vinculación con EE.UU. cobró otro nivel: el Tesoro norteamericano ofreció doblar la ayuda financiera de 20 000 millones de dólares a 40 000 millones —pero condicionada a que Milei gane las elecciones del 26 de octubre. En criollo: “te damos plata, pero esperamos que hagas lo que queremos”.
Comentan que mientras eso aparece como “rescate”, muchos lo leen como hipoteca de soberanía. Porque una ayuda condicionada es más que un auxilio: es una agenda compartida con límites invisibles.
Y la violencia social no se detiene: en barrios vulnerables, con programas estatales recortados, se denuncia que bandas narco ocupan esos vacíos de poder. La austeridad, dicen, no solo ajusta presupuestos sino que entrega territorios.
La gente anda diciendo que esta semana los discursos de libertad suenan huecos. Libertad no es cerrar fábricas, no es renunciar al control democrático, no es endosar candidatos que luego desaparecen. Libertad, para los barrios, es tener empleo, escuela, salud, vivienda. Y en la esquina lo repiten más fuerte que en la tribuna oficial: “Si la libertad es solo para algunos, entonces no es libertad”.
Porque esta semana mostró que cuando la política se mezcla con negocios turbios, la democracia no puede aguantar sola. La gente dijo basta: ni coimas, ni decretos sin control, ni liberalismo que se desentiende del laburo.
Dicen que el que promete libertades económicas pero pisa derechos sociales, no está construyendo futuro: está hipotecando generaciones. Y que el poder que no entiende que la soberanía empieza en cada barrio, acaba siendo títere de agendas ajenas.
La gente anda diciendo que si el 3 % de coimas ya era un escándalo, esta semana visibilizó que la impunidad tiene precio y se cobra con votos y con desencanto.
Porque gobernar no es solo mostrar resultados, es responder por lo que está mal, rectificar lo que se torció y reparar lo que se rompió. Y mientras no lo hagan, la voz de la calle seguirá siendo la verdad más fuerte en Argentina.