La gente anda diciendo

La gente anda diciendo que esta semana el discurso del “orden” empezó a mostrar grietas. Que mientras el Gobierno promete eficiencia, ajuste y modernización, la calle murmura otra cosa: cansancio, incertidumbre, bronca. En las calles, la palabra que más se escucha ya no es “esperanza”, sino “aguante”. Se dice que el plan de reformas laborales…

La gente anda diciendo que esta semana el discurso del “orden” empezó a mostrar grietas. Que mientras el Gobierno promete eficiencia, ajuste y modernización, la calle murmura otra cosa: cansancio, incertidumbre, bronca. En las calles, la palabra que más se escucha ya no es “esperanza”, sino “aguante”.


Se dice que el plan de reformas laborales que impulsa Javier Milei, presentado como una revolución del empleo, huele más a precarización que a progreso. Que detrás del verso de la “flexibilización inteligente” se esconde el mismo viejo truco: menos derechos para el que trabaja, más ganancias para el que contrata. Y la gente anda diciendo que la historia ya se vio, que cuando se toca el bolsillo y la estabilidad de los trabajadores, el país no crece: se tensa.


También se comenta que el nuevo compromiso climático que el gobierno llevó a los foros internacionales parece más una operación de maquillaje que un cambio profundo. Las metas suenan modernas, pero los números no cierran: menos control, menos exigencia, y más margen para las grandes corporaciones extractivas. En los pueblos del interior, donde la minería o el agro definen la vida, muchos se preguntan si este “nuevo rumbo verde” tiene algo que ver con ellos o si solo es un negocio más de oficina.


Dicen que los feriados y los fines de semana largos llegan como una bocanada de aire entre tanta tensión, pero que no todos respiran igual. Mientras algunos aprovechan para descansar o viajar, hay miles que trabajan igual, sin extras ni garantías. En los comercios, en las rutas, en los hoteles, la gente trabaja el doble y cobra lo mismo. Y la gente anda diciendo que de poco sirven los anuncios de turismo si el descanso no es para todos.


Se escucha también que la cultura vuelve a ser refugio. Que el Día de la Tradición y los homenajes a José Hernández llegaron justo cuando el pueblo necesita volver a reconocerse. Entre tanta inflación y tanto dólar, recordar quiénes somos no es nostalgia: es resistencia.


La gente anda diciendo que el país se está moviendo en una cuerda floja entre la libertad prometida y la desigualdad que se agranda. Que los anuncios de cambio no alcanzan si no se transforman en políticas que abracen a todos: al que produce, al que enseña, al que cura, al que trabaja sin registro. Porque los números podrán cerrar en los despachos, pero en las casas no cierran nunca.


Y sí, se dice también que no todo está perdido. Que el pueblo argentino —duro, paciente, testarudo— siempre encuentra la forma de volver a levantarse. Que la verdadera reforma es la que mejora la vida de la gente, no la que la ajusta.


La gente anda diciendo que gobernar no es hablar de libertad, sino garantizarla. Y que mientras eso no pase, el pueblo seguirá diciendo, reclamando y recordando que la justicia social no es un lujo: es la base de cualquier país que quiera llamarse justo.