En otras ocasiones, les he comentado que por mi profesión tuve la suerte de recorrer todo el país. Hacer gira me llevó a lugares inhóspitos de nuestra querida Argentina. De norte a sur, de este a oeste, he visto los paisajes más espectaculares: montañas nevadas, lagos como espejos infinitos, el faro del fin de mundo, las cataratas del Iguazú, los glaciares, el cerro de los siete colores, Purmamarca, las Salinas Grandes, el valle de la Luna, etc. Probé delicias de cada región, tomé mate, comí empanadas, tortillas, locros, me senté en cuanta mesa fui invitada, conocí personas maravillosas amables y extremadamente cariñosas.
Visité los lugares más ricos y protegidos de nuestro país como también los más pobres y olvidados; una pobreza inimaginable para cualquiera de nosotres. Antes de eso, yo creía que en mi infancia había sido pobre. ¡Cuan equivocada estaba! Eso no era pobreza: yo crecí con baño y ducha, jamás tuve que hacer diez o más kilómetros para buscar agua, teníamos una mesa con seis sillas y gas natural para cocinar. Era rica.
El norte de nuestro país es uno de los lugares más olvidados donde la palabra necesidad se multiplica por millones. Hoy les voy a contar de Salta, más precisamente de Tartagal, del Chaco salteño y toda la zona del oeste formoseño. Cuando conocí estos lugares no podía contener mis lágrimas, me encontré con situaciones que nunca hubiera imaginado. Les aseguro que una cosa es verlo por el noticiero, en una foto o por National Geographic y una muy diferente es estar ahí y tomar conciencia de las condiciones en que viven muchos de sus habitantes. Inhumano: esa es la definición.
Hace días me llegó la noticia del femicidio de Pamela, una niña wichí de 12 años. Pame vivía en Pluma de Pato, Salta. Desde que leí la triste noticia me cuesta dormir, tengo una mezcla de emociones que transitan por mi cuerpo, una profunda tristeza, rabia e indignación. Me duele pensar en todas las carencias y privaciones que vivió esta niña en su corta vida y que esa situación ya tremendamente injusta terminó con una todavía más cruel.
¿Habrá tenido alguna vez una torta de cumpleaños y globos de colores? ¿La visitaron Papá Noel o los Reyes magos? ¿Tuvo juguetes? ¿Tomó chocolatada en sus meriendas? ¿Tenía una cama donde dormir? ¿Sábanas de su cantante favorito? ¿Cuáles era sus sueños? ¿Quería ser maestra, policía, astronauta o doctora? ¿Comería todos los días? No lo sé …
Lo único que sé es que le arrebataron la vida de la manera más desalmada que pueda existir. Leyendo diferentes sitios, llegué a esta información que me heló la sangre. Según publican las redes de una ONG llamada «Ayuda a los pueblos originarios», las comunidades wichís del oeste formoseño y Salta están muy preocupadas por lo que se conoce como el chineo. Se le llama así a una supuesta «práctica cultural» en la que unos cuantos criollos (hombres) se juntan con el propósito de «salir a chinear», es decir, perseguir, asechar a una chinita (una niña o adolescente aborigen), tomarla por los pelos y arrastrarla al monte, donde la violan de forma reiterada y luego la tiran a su suerte. Frente a esta situación, la víctima, su familia, o la comunidad a la que pertenece, en el caso de tener la iniciativa de denunciar, se ven imposibilitados, ya que en las comisarias no toman la denuncia, con el justificativo de que se trata de «una práctica cultural».
Esto es una aberración, un delito tipificado en el Código Penal argentino como violación con acceso carnal y, en muchos casos, asesinato. Otra cosa que denuncia la comunidad wichí es que, en los hospitales o salas de estas localidades, les niegan un diagnóstico en el que conste que han sido violadas, para evitar que sigan intentando denunciar.
También se obstaculiza la posibilidad de contar con el anticonceptivo de emergencia y los exámenes o los tratamientos para prevenir enfermedades de transmisión sexual, de las cuales ellas tienen total desconocimiento.
Estoy impactada con que este tipo de práctica siga existiendo en nuestro país y no sea penada. Les suplico a las autoridades, polítiques, organizaciones de derechos humanos que tomen cartas en el asunto de manera urgente.
En el caso de Pamela, hay un detenido de 17 años que se declaró culpable del hecho y no quiere hablar. Según testigos, los responsables serían cuatro hombres. Los familiares y amigues de Pamela piden justicia a gritos. La precariedad y violencia que experimentan las nenas wichis se exponen en otros casos: en agosto del año pasado, por las complicaciones de un embarazo de riesgo, murió otra niña wichí de Pacará.
Señor gobernador Gustavo Sáenz, ¿que está esperando? A esas niñas, donde quiera que estén, ojalá hayan encontrado algún cielo donde puedan saltar la soga, jugar a la pelota o a la mancha, disfrutando, comiendo torta de chocolate, como debió ser su infancia: con felicidad y sin miedo.
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