El músico presenta Mente, la segunda parte de su trabajo Libres y habla de todo en esta entrevista con Teleshow. Los dichos que lo condenaron, la argentinidad al palo se ayer y de hoy y el posible regreso de Bersuit
Desde el balcón terraza situado en el último piso de su compañía discográfica, Gustavo Cordera observa el cielo de Buenos Aires que se proyecta sobre Palermo y apunta hacia el río. Ensaya una mirada profunda y reflexiva que va más allá de una panorámica de ocasión, como si compartiera una retrospectiva de los últimos 15 años, desde que dejó el ruido y los flashes para radicarse en la quietud de La Paloma, en Uruguay. Allí encontró refugio en tiempos del éxito de Bersuit, terreno fértil para su aventura solista, y contención familiar y silencio después de los desafortunados dichos que le valieron una condena social y que lo impulsaron a un renacer.
“Hay mujeres que necesitan ser violadas para tener sexo”, dijo Cordera, entre otras cosas, en el 2016 en una charla que brindó en la escuela de periodismo TEA. Por sus dichos, tuvo que realizar una probation que concluyó en agosto del 2020 por “incitación pública a la violencia colectiva contra grupos de personas o instituciones”. Y recibió una condena social que lo llevó a suspender algunos conciertos y tomar distancia de la exposición pública.
“Aprendí a cuidar las palabras”, dice quien hizo de la verba irrefrenable un estilo que reconoce en las nuevas tendencias urbanas. “Siempre me gustaron los payadores, la improvisación, abrir el canal y bancármela. Enfrentar, provocar, no endulzar los oídos”, dice Cordera y abre la puerta de Mente, la segunda parte de la trilogía Libres, su nuevo proyecto discográfico, después deCuerpo y antes de Espíritu, que va a presentar el 15 de diciembre en el Teatro Ópera.
Y si en Cuerpo el motor era el baile, aquí parece ser la palabra. Reflexiva en “Caés y te levantás”, reivindicatoria en “Soy rock” o urgente en “Tiradera para vos”. Una ametralladora de conceptos que bajo una apariencia agresiva e imperativa, plantea generar conciencia a partir de su descubrimiento: “Nos metimos en esta grieta de odio entre nosotros para seguir en esa vibración con el miedo, y me pareció que era un buen momento para alumbrar; activar mi darme cuenta con total valentía para que el otro active su darse cuenta. Pero no para que piense como yo, porque si no seguiríamos en la misma programación de la matrix, sino para que piense como él”, dice el músico.
—¿Vos cómo te diste cuenta?
—Yo me venía dando cuenta hace tiempo, porque recibí una condena social. Ahí pude empezar a ver cómo se operaba, y cuando me di cuenta quiénes operaban, que son los dueños del mundo, no me extrañó que lo sigan haciendo. Algunos le dicen la elite, otros le dicen el Foro de Davos, otros le dicen reptiles, cada uno le pone el nombre que quiera, pero se mostraron. Necesitaron protagonismo y ya está muy claro el juego y cada uno puede tomar una decisión personal y profunda de a qué mundo pertenecer.
—¿”Tiradera para vos” tiene un destinatario?
— Es para el que le quepa el saco. Si nombro a una persona, lo estoy haciendo personal y yo no tengo problemas con nadie, simplemente estoy desactivando una programación que se instaló en mi mente, que me liberó, y que como artista puedo alumbrar un poco al otro para que active su darse cuenta. Esto no significa educar ni intervenir, simplemente alumbrar. Una luz que se prende y que puede de alguna manera hacer que vos puedas activar tu alumbrar hacia mí.
—En ”Soy rock” hacés de una pintura de los años del reviente. ¿Qué es el rock hoy, en esta nueva etapa?
—Después de lo que sucedió, comprendí que las palabras están intervenidas, cuando pasa eso el proceso de comunicación se hace difícil. La libertad es una cosa, para mí, otra para vos, y otra para un preso. Y así con todas las palabras. “Soy Rock” de alguna manera es establecer un vínculo con esa fuerza, legitimar esta cosa de romperse, de fisurar, de estar loco, que para mí es una puerta al cielo porque al tipo que está roto se le puede ver el corazón y el sentir. El rock, con esa manera tan intensa y tan outsider y tan alocada de experimentar la vida, con todos esos excesos, generó las condiciones para incrementar la conciencia de la misma manera que una persona lo hizo a través de la meditación, quizás de una manera más saludable. “Quiero vivir siendo rock conmigo y en soledad cuando hacia adentro me voy a buscar sinceridad no puedo ser abatido con engaños y mentiras”, dice la canción, y más en el momento que estamos viviendo. Ir al infierno a buscar luz, son imágenes que de alguna manera nos atraviesan a los seres humanos desde hace muchos años. Y el rock fue y es esencialmente eso, un grito de rebeldía.
—¿En algún momento te sentiste afuera del rock?
—Cuando una cosa se transforma en colectivo y en movimiento, pierde el alma. Estar afuera de un colectivo que se llama rock, me pone re contento. Soy un outsider hasta del movimiento rock, no negocio mi libertad interior, no me pongo ninguna camiseta, la única es la de mi corazón. Preferí retirarme de ese mundo y empezar a ser yo, ser parte y ofreciéndome, alegría, amor, canciones, y sin esperar nada del movimiento; ni que me quieran, ni que me premien, ni nada.
—¿Cómo viviste lo que pasó después de aquellos dichos?
—A la cancelación la conozco desde siempre. Es un intento infantil por tapar algo que está sucediendo. Y a la vez es contraproducente, porque a lo que cancelás cobra vida, lo fortaleces; si querían hacerme desaparecer lograron justamente lo contrario. La cancelación nunca es algo saludable para transformar las cosas, como sí lo son el amor, la comprensión, el entender, el perdonar, eso abre a las personas hacia un nuevo camino. Pienso que la cancelación es funcional una vez más al poder, a que las cosas sigan existiendo.
Hace 15 años, antes de lo que él llama la condena social, cuando recibía palmadas de la industria y se encaminaba con Bersuit a llenar el estadio de River, Cordera decidió instalarse en La Paloma, en Uruguay. Allí dio vida al proyecto La Caravana Mágica, cuando se alejó del grupo que comandó durante 21 años en el pico de popularidad, con músicos que podrían ser sus hijos y que lo admiraban como el frontman de la banda de sus vidas, justo ese personaje con el que ya no quería saber nada. Allí atravesó el ostracismo después de sus palabras en la escuela de periodismo y el posterior alumbramiento, que vive como un renacer personal y artístico.
“El fracaso y el éxito son dos impostores”, dice citando a Jorge Luis Borges, y lo explica a partir de su experiencia. “Podés llenar la cancha de River e internamente sentía que me moría, que no sabía que hacer con mi vida. Y a eso le llaman éxito. Y en el momento de la condena social, cuando todo el mundo me daba por muerto y fracasado, encontré dentro mío la semilla del éxito, que fue volver a recuperarme como persona”, asegura
Gustavo Cordera editó Mente, el segundo capítulo de su trilogía Libres (Prensa Sony)
Parte de este momento de éxito personal es el reencuentro emocional y afectivo con el país al que le tanto le cantó y donde eligió no vivir más. En la memoria fresca está La argentinidad al palo, un disco doble en el que ese monstruo de varias cabezas que era Bersuit cantó miserias, orgullos y esperanzas y que quedó como un fresco de la crisis del 2001. Hoy se empieza a reconciliar con ese pasado, como un ejercicio del hombre nuevo que lo habita. Cada vez que vuelve disfruta más de la comida con sus padres, el reencuentro con sus amigos, el viaje a través de sus recuerdos. Y en un anochecer, mientras el barco que lo traía se acercaba lentamente al puerto, de regreso, sacó la guitarra y le surgió una canción que representa este momento y que formará parte de Espíritu.
“Para poderte revivir, primero te dejé morir, estoy de nuevo en casa”, le canta a Buenos Aires como puerta de entrada a un país al que ve como un enfermo terminal que está pidiendo ayuda. Y eso, paradójicamente, le da esperanzas: “Nos experimentamos mucho en el sufrimiento, la fractura, el odio, la grieta, el ninguneo del otro, el choreo, el engaño, y creo que eso ha colapsado, y hay un material humano muy lindo en este país. Hemos tomado ese camino para evolucionarnos, y estamos en un gran momento para crecer como país”, se entusiasma.
—¿Dónde ves la esperanza?
—Tengo esa capacidad de ver la tragedia cuando todos celebran el campeonato y en el momento en que todo el mundo está en el pozo, veo la salida. Se está iluminando el país, todos estos patrones que se resisten, que están en la política se están desintegrando, todas las resistencias retrógradas están perdiendo poder. Ya hicieron todo lo que podían hacer. Y la luz que llevamos dentro de nosotros van a tomar su lugar. Van a seguir insistiendo, van a seguir queriendo encerrarnos, taparnos la boca, pero esta vez la luz va a disipar esas sombras; donde hay consciencia no hay lugar para la oscuridad.
—Hablás en tu canción de matar a Buenos Aires, y recuerdo que al referirte a aquella charla dijiste que a Gustavo Cordera lo habían asesinado, que se había suicidado…
—Sí, fueron ambas cosas, un duelo conmigo mismo que me llevó 6, 7 años para desprogramar ciertas cosas y volver a recibir la información desde mi corazón. Retiré la mirada del afuera porque ese espejo era horrible: ya no era un fenómeno ni la voz de la gente, sino que era poco menos que un criminal, un asesino; eso hizo que justamente pueda observarme por dentro y ver las cosas desde mis propios ojos. Pude reconstruirme y habitar desde otro lugar.
—¿En ese volver a habitarte hubo también un amigarte con las canciones y con la etapa de Bersuit?
—En las canciones siempre estuvo el alma. “La soledad”, “El baile de la gambeta”, “Un pacto”, “Mi caramelo”, “El viento trae una copla”, son canciones eternas que surgieron de mi alma, se filtraron y hasta a mí me sorprendía que brote eso de adentro mío, porque yo era mucho peor que eso. Yo quiero que me represente mi alma, no mi personaje. Esas canciones forman parte de mi alma, las dejé de hacer porque estaba enojado con mis compañeros: “Quédense con el nombre, métanse las canciones donde quieran, yo continúo mi vida creando mi propia carrera”. Después me di cuenta que las canciones no merecían eso, me volví a entregar a ellas, a abrazarlas, a sumarlas a los conciertos, y es una manera de reconciliarme con mi pasado y con ellos también.
—Este año se cumplieron 30 de Y punto, primer álbum de la Bersuit. El que viene serán 20 de La argentinidad al palo y es un momento en el que parecen celebrarse este tipo de cuestiones: se reeditan discos, se tocan en vivo, se escriben libros al respecto. ¿Cómo te llevás con la nostalgia? ¿Se puede pensar en un reencuentro con tus excompañeros?
—Es muy difícil esconder que yo estuve 21 años ahí y la historia que vivimos juntos, que fue maravillosa. No solamente esas canciones, sino los 1500 conciertos que hicimos a lo largo de todo el mundo durante 21 años. Si se festeja eso, tengo que estar yo. Así de corta. Si bien no me produce absolutamente nada, porque yo decidí tomar otro camino, también sé que un verdadero festejo para la gente sería hacer algo todos juntos; si fueran las condiciones dadas y en el momento dado, hoy Bersuit sería algo impresionante, porque, artísticamente hablando, es una banda eterna. Ha hecho mucho arte, a pesar de contar conmigo que soy una persona que, con mi ego, mi intensidad, mi irreverencia y mi cosa provocativa, es muy difícil atravesarme para meterse en la obra. Pero sáquenme a mí del medio, ódienme en paz, y métanse en esa obra donde construimos un arte sofisticado y auténticamente argentino, que puede mostrar de lo que somos capaces los argentinos.
—Te escucho abierto a una posibilidad, algo que antes no sé si estabas…
—Yo no ofrezco resistencia en este momento, siempre estoy abierto a lo que sea. No me interesa decir “no” a algo, porque de alguna manera creás realidad. Es como el tipo que dice “no voy a tomar” y tarda 35 segundos en tener algo en la nariz, porque el inconsciente de alguna manera se rebela. Tengo mucho respeto por el deseo de la gente, hay muchísima gente que está queriendo que Bersuit se junte para hacer una gran fiesta. Yo con esa energía no me voy a poner resistente, voy a tomarla si considero que pueden entrar en mi corazón y en mi deseo, y voy a dejarla en un “ahora no quiero, más adelante, sí”.
—¿Hablaste de esto con tus excompañeros? ¿Hubo un acercamiento?
—Yo escucho todo. Y ofrecimientos hay de todo tipo, hay muchas ganas de muchos sectores. Lo veo, lo analizo, y mientras tanto estoy desarrollándome muy bien en esta nueva etapa. Está creciendo muchísimo el público, veo que hay un sector de gente que está muy feliz con el proyecto, gente que se está despertando de la política y viene a encontrarse en el arte, y también me doy cuenta que estoy en el buen camino. Si ese camino se interrumpe por un encuentro con Bersuit, voy a tratar de integrarlo, no que sea una cosa o la otra. Es un viaje donde quiero encontrarme con todos los mundos, en este momento no quiero perderme de nada. Estoy grande, no sé cuántas oportunidades más voy a tener de reencontrarme con todo lo que soy