Dante Spinetta bajo la influencia del funk, la fantasía, el sexo y sus padres: “Muchos artistas están detrás del billete, y se nota”
“Son muchos años de hacer música. Ya más de 30, bro. Sigo siendo joven pero llevo más tiempo compartiendo canciones con un montón de artistas que haciendo otra cosa: Stevie Wonder, Earth, Wind & Fire, mi viejo, Fito, Charly, Mercedes Sosa…”, dice Dante Spinetta, 46 años, para resumir su camino. Ese que inició formalmente en 1988 (“El mono tremendo”, Pechugo y Luis Alberto Spinetta), siguió junto a su casi siamés Emmanuel Horvilleur en Illya Kuryaki and the Valderramas, se ramificó como solista a partir de 2002 para explorar alternativas (r&b, reggaetón, soul, trap…) antes que muchos. Y a fines de 2022 engrosó el cancionero con Mesa Dulce, quinto álbum de estudio con su nombre y apellido, sin contar el soundtrack de 4×4 (2019) ni las versiones en directo de Niguiri Sessions (2020).
“Mesa Dulce es el mejor momento de la fiesta. Siempre quise sonar como este álbum, llegué a un lugar que internamente estaba buscando. Es lo más funkero que hice”, le dice a Teleshow. “El funk es un estilo muy, muy físico y es muy sexual. El disco también es sexual: es lo dulce de un beso, de una caricia, del amor. Algunas veces cuando estamos tocando en vivo con toda la banda, me imagino dos robots gigantes haciendo el amor, en la cima de una montaña, mientras el mundo se acaba”, amplía Spinetta, alguien que considera que “la fantasía es muy importante en la música. Soy amante de la ciencia ficción, una parte de mi también quiere vivir en ese mundo de jedis y espadas con el Ojo del Augurio, como los Thundercats”.
Estamos en La Diosa Salvaje, el estudio y guarida creativa de Luis Alberto que, desde su fallecimiento, es administrada por sus hijos Dante, Catarina, Valentino y Vera, quienes le dan un uso casi exclusivamente familiar. “No lo alquilamos comercialmente pero se lo hemos prestado a alguna amistad. Por ejemplo, Nathy Peluso grabó hace poco una canción. En la familia somos muchos músicos y lo copamos nosotros”, cuenta Dante sentado en la consola instalada en el lugar en el que, además, empezó todo para él: “Acá grabamos Fabrico Cuero con Emma. Se llamaba Cintacalma en ese momento. Yo iba al colegio a la tarde y cuando salía, llegaba acá y siempre estaba mi viejo tocando con alguien. Todo el tiempo había música. Y sigue siendo así”.
Junto a Pablo González, Matías Méndez y Axel Introini, su banda para los vivos, Dante registró casi toda la música del álbum en un puñado de días pandémicos y en estos metros cuadrados de Villa Urquiza. En Minneapolis, Estados Unidos, grabó a una sección de vientos con arreglos de Michael B. Nelson, colaborador de Prince. Son justamente esos bronces los que marcan un comienzo efervescente y festivo que con el correr del viaje se va diluyendo hasta mutar en un tono intimista -a veces en forma de balada, otras en modo orquestal- para enmarcar visiones y reflexiones sobre las pérdidas, los vínculos, las rupturas, lo espiritual e inasible más allá de las apariencias y de las pantallas.
“El funk me da un lugar donde puedo combinar todo lo que me gusta”, insiste. “Musicalmente me siento más saciado con las posibilidades armónicas, rítmicas, de arreglos, de estilos, de poder llevarlo a nuevas sensaciones. Y que todo tenga sentido. Es un funk post hip-hop: en muchos temas tranquilamente podría estar rapeando en vez de cantar. Pero siempre lo urbano va a estar en mi genética, soy eso”, define sobre este trabajo que anhela presentar en un teatro “como el Ópera, o algo así”.
“¿Por qué todo suena tan igual? / Llegué para funkear tu life”, vocea robótico entrelazado a Ca7riel en un soul sci-fi titulado “Gambito”, un track en el que al igual que “Sudaka” (con Trueno) Dante reluce su rol de prestidigitador del tiempo. “Con Mariano López, el ingeniero que grabó el disco, buscamos equipamiento de los 80s para poder recrear ciertos efectos de esa época. Me vuelve loco jugar con el tiempo, hacer algo súper actual pero mezclado con algo anterior, tratar de recrear texturas. El disco es muy artesanal en eso y aparece en un momento donde lamentablemente hay mucha comida rápida musical. Hay muchos artistas que, en realidad, no son artistas. Están detrás del billete, no hay una sustancia y se nota. Por otro lado, hay una resistencia fuerte de pibes que admiro, como Trueno, Ca7riel, Wos, Ysy A, Duki, Neo Pistea, Nicki Nicole, Nathy Peluso, que están haciendo cosas con el corazón, poniendo huevo, alma y amor. Y yo soy parte de la resistencia desde que nací. Siempre voy a estar del lado de los jedis”, se planta.
“Este disco es también el agradecimiento de haber tenido los padres que tengo y que ahora son mis ángeles guardianes”, dice Dante sobre Luis Alberto (dejó este mundo en febrero de 2012) y Patricia Salazar (falleció en agosto de 2021). “Nací en una casa donde el arte estaba tan visceralmente ahí, expuesto y compartido con nosotros. Crecí con la posibilidad de que alguien creyera en mí. Porque es importante la confianza que te den cuando, siendo chiquito, uno le va a mostrar por primera vez lo primero que escribió a sus padres. Ellos me cebaron mucho y por eso también sobreviví a un montón de prejuicios que hubo cuando arranqué”, cuenta.
“‘Eh, vos hacés música porque sos el hijo de Spinetta’. ‘¿Esto es rap? Es una mierda, sos un cipayo’”, repite hoy Dante algunos de los comentarios que escuchó cuando era pichón. “Aprendí a los golpes y con la fuerza de que mi padre me decía: ‘Te tiene que chupar los dos huevos lo que te digan’. A mi viejo le chupaba un huevo lo que le dijeran, también. La luchó mucho para ser él. Y nunca paró de laburar. Y había momentos en que no teníamos nada, bro. Teníamos comida, nada más. Pero dormíamos con los colchones en el piso, en un departamento vacío. Mi viejo no paraba de sacar música y no había plata para pagar las cuentas. Lo ayudaban los amigos. Pero no aflojó su camino. Y esa es la enseñanza que tengo de él. Mi vieja fue una guerrera muy grosa, con una vida muy difícil, con una data muy pesada. Y se la bancó, era una leona. Por eso tengo tanto amor que no tengo miedo”, resume y se autocita con el gancho de “Sudaka”.
La enfermedad de Patricia, un cáncer que resultaría terminal, frenó los ánimos de Dante y el andar de Mesa Dulce por un instante. “Cuando mi mamá se enfermó, paré de grabar. Ya tenía casi toda la estructura armada y la energía del disco. Sabía hasta el título pero me faltaba escribir un montón de letras y cantar. En ese momento le había compuesto una canción a mi vieja, que se llama ‘Primer amor’, y se la mostré. Ella la escuchó sin la letra, tenía un pedacito de algo, nada más. Yo sabía internamente de qué se trataba. Y ella también. Quería que la escuchara aunque no estuviera terminada, pero sintió la energía, escuchó los arreglos de cuerdas que habíamos grabado con Claudio Cardone. Y le gustó”, recuerda.
“Cuando mi mamá falleció, pasé muchos meses en los que no pude escribir nada. Ni siquiera lo intentaba, no había ni ganas ni energía. Me refugié en mi familia para estar bien y de a poco volvió a fluir y escribí todas las letras. La de este tema fue la última que terminé, porque fue muy difícil escribir una letra de despedida para mamá”, dice sobre el pico emotivo del disco. “El tema describe esa situación de cómo hay algo entre un hijo y una madre que solo ellos saben. Tantas cosas que pasamos, tantas historias que solo sabemos nosotros dos y que es para siempre. Esa es la canción”, explica.
Mientras Darío Grandinetti y Sandra Ballesteros se comían a besos bajo la dirección de Eliseo Subiela en la onírica El lado oscuro del corazón (1992), el menú cinéfilo de Dante y Emmanuel era clase B, entre cintas de antihéroes karatekas y porno bizarro. “Cuando tengo el título de la canción o del disco, lo primero que hago es googlear a ver si existe algo parecido. Y cuando puse ‘El lado oscuro del corazón’ me di cuenta de que era una película de Subiela, que realmente no conocía. Así que terminó siendo una refe inesperada, una coincidencia que me gustó”, dice sobre la canción homónima que fue el primer adelanto del álbum.
“También me pareció interesante el juego de palabras con El lado oscuro de la luna. La historia que se cuenta en la canción es una especie de separación, pero en la que también se celebra ese momento. Porque se terminó, sí, pero ya está, somos libres. A veces es así: te das cuenta de que había algo que se tenía que terminar y cuando termina es una liberación para ambas partes, aunque cueste un poco. La canción habla de eso. Y créeme que sé de separaciones”, confiesa.
—Tus álbumes suelen evidenciar el estado de tu corazón, pero en Mesa Dulce el diagnóstico es difuso. ¿Cómo estás?
—Estoy muy bien del corazón. Estoy de novio con Camila, una chica que me gustó por muchos años. Y ella tenía novio. Pero un día se separó y me puso like. Y está. Estoy muy contento con ella, que es chef, aparte. Genera unas pócimas de comidas increíbles. Es muy sensible y muy linda, en todos los sentidos. Y además, estoy tranqui con mis hijos, con la música, con la banda dándole. Es un buen momento, la mesa dulce.