Diálogo con Diego Yaker, director de “Una jirafa en el balcón”. El film, con Andrea Frigerio, se ocupa, desde la ficción, de un costado infrecuente: las delaciones que la tortura impuso a algunos prisioneros
“Es un thriller”, define Diego Yaker su nueva película, “Una jirafa en el balcón”, protagonizada por Andrea Frigerio y Fini Bocchino, que se estrenó ayer. Pero es algo más: un thriller de protagonista femenina con doble trasfondo. Uno, político. El otro, más complejo, mejor dicho, más humano, que no conviene revelar. De eso y otros temas dialogamos con el director.
Periodista: A juzgar por el afiche con Andrea Frigerio empuñando con una sonrisa un arma larga, el público podría suponer que es solo una de acción. ¿Cómo tomará la sorpresa?
Diego Yaker: La película es un thriller, con un esquema típico. Dentro de esa historia, creo que hay matices sugeridos, a interpretación de cada espectador. En el fondo es una relación conflictiva de madre e hija. Y es simple, lo único que sobrevive es el amor, no solo entre ellas. Por otro lado está eso de “te equivocaste, corregí el desastre que hiciste”.
P.: Solo que, en este caso, una mujer quiere concretar una orden que no cumplió en su momento: matar al traidor.
D.Y.: Me obsesionaba mucho el tema del traidor, el quebrado bajo la tortura. Tenemos la imagen de Rambo, del que se las aguanta o muere por defender un ideal, o unos compañeros. Es una imagen. Llegado el momento el terror te golpea con crudeza..
P.: De eso vamos a enterarnos al final. ¿Cómo nació la idea de filmar esta historia?
D.Y.: Un poquito antes de la pandemia supe de una persona amiga, a la que habían llamado como testigo en un juicio por crímenes de lesa humanidad. De pronto el juez le preguntó si quería ver su expediente. No lo esperaba, lo tuvo en sus manos y se enteró de cómo fueron realmente algunas cosas, y qué hicieron realmente algunas personas. “Acá hay una película”, me dije. Luego me puse a entrevistar a mucha gente que luchó contra la dictadura. Entre esa gente, encontré personas que habían sido guerrilleras.
P.: ¿Le hablaron con franqueza?
D.Y.: Esto tiene que ver con algo que me obsesionaba bastante. Dentro de la lucha armada hubo gente dogmática que recibía la orden de matar y no la cuestionaba. Después no tenía cargo de conciencia, no consideraba haber cometido un delito. Y en todo caso, no lo iba a reconocer. Una persona que entrevisté a lo largo de tres días, amiga de Norma Arrostito, el último día le pregunté “¿Mataste a alguien?”. Me miró tajante. “Eso solo se lo conté a mi hija”, respondió. Seca.
P.: Y quién sabe si le contó bien todo. En una escena se recuerda el asesinato de un empresario secuestrado, como hizo el ERP con Oberdan Sallustro, director general de Fiat Concord.
D.Y.: No fue el único caso. ¿Cómo se sigue viviendo después de eso? En mi historia presento tres ex combatientes que tomaron rumbos distintos, pero siguen siendo amigos: el que entró a la maquinaria política y enganchó un puesto de concejal, la que sigue firme en sus ideas como hace 50 años (me alucina, era gente de 20 o 25 años dispuesta a morir y especialmente a matar), y la que se mantiene alegremente ajena como si nunca hubiera hecho nada. Que el espectador pueda empatizar medianamente con un personaje que no reconoce ni revisa su parte de responsabilidad, era un desafío.
P.: Pero consiguió un elenco de artistas queribles, que se compran al público: Leyrado, Busnelli, Mimí Ardú, Gallardou, los españoles Diana Gómez y Artur Busquets, y especialmente Andrea Frigerio y su hija Fini Bocchino haciendo las distintas épocas del personaje. A propósito, la actuación de Frigerio es notable. Deja la belleza de lado para construir mejor su personaje.
D.Y.: Hizo un gran trabajo de construcción. No se pinta, modifica su forma de caminar, de hablar, parece una mujer diez años mayor, fíjese en la escena donde está regando las plantas. Después, un poco colaboramos, por ejemplo en la escena de Tribunales pusimos una silla más chica que la del juez, para resaltar su expresión de incomodidad.
P.: También se nota el cuidado para definir cada lugar.
D.Y.: La Barcelona cosmopolita, el Buenos Aires sucio de los ’70 y sucio y ruidoso de ahora, La Rioja árida, seca como ella, de nuevo con alma de asesina. Por la época del año en que pudimos filmar, los colores que quería tener, el contraste que buscaba, y además porque tiene una buena Ley Provincial del Cine, un Centro Cultural, y ofrece apoyo, elegimos La Rioja para el último tercio. Esta no es una producción de gran presupuesto pero se ve el trabajo de todos.
P.: Y la intención de decir ciertas cosas inhabituales en el cine argentino.
D.Y.: Al ver la propuesta, un productor español me dijo “Ya toca hablar de lo que nunca se habló”. Creo que es eso.
P.: Respecto a la escena donde un médico protege a la estudiante en el hospital y luego comenta con alguien de seguridad el riesgo de que ella les hubiera hecho perder “lo que estamos haciendo acá adentro”.
D.Y.: Mis padres eran médicos de hospital, y se preguntaban “qué hacemos con los jóvenes residentes, no sabemos en qué pueden andar, ni ellos saben cómo pueden afectar nuestra labor”. Estaban todos en peligro, bajo sospecha, eso se percibía en el aire.
P.: ¿Y usted no quiso ser médico?
D.Y.: Elegí el cine. Integré la primera camada de la FUC, luego hice un documental sobre el barrio Libertad de Mar del Plata, mi ciudad (la produjo Pepe Salvia, que ahora impulsa el cine en Misiones), “Como mariposas en la luz”, sobre un chico que emigra sin contactos a Barcelona y así le va (la produjo Ciancaglini, famoso cuñado de Torre Nilsson), y “Pecados”, que quiso ser una buena historia romántica pero una de las productoras quebró a mitad de rodaje, tuve que arrancar páginas enteras del guión para terminarlo y me salió floja (ahora la tiene Filmin). Esta vez, con “Una jirafa…”, tuve suerte. La coproductora española es bastante conocida, ganó un Goya con “Chavalas”, se portó diez puntos, y la distribuidora es Disney, que ahora la manda a salas y más adelante a una de sus plataformas.