Argentina endeudada: cuando vivir se paga en cuotas

La crisis económica en Argentina ya no se mide solo en inflación o precios de góndola. Hoy, el termómetro social marca un dato tan crudo como revelador: nueve de cada diez familias están endeudadas. Y no por viajes, autos o emprendimientos. Se endeudan para comer, para pagar el alquiler o, simplemente, para sobrevivir. El mapa […]

La crisis económica en Argentina ya no se mide solo en inflación o precios de góndola. Hoy, el termómetro social marca un dato tan crudo como revelador: nueve de cada diez familias están endeudadas. Y no por viajes, autos o emprendimientos. Se endeudan para comer, para pagar el alquiler o, simplemente, para sobrevivir.

El mapa del endeudamiento familiar es diverso y complejo. Tarjetas de crédito, préstamos de bancos y financieras, ayudas de parientes, billeteras virtuales e incluso prestamistas informales se convirtieron en herramientas imprescindibles del día a día. Pero lo más preocupante no es la deuda en sí, sino el motivo: más de la mitad de estos compromisos económicos se destinan a la compra de alimentos. Es decir, comer hoy implica deber mañana.

Según datos difundidos por El Destape, esta tendencia no es reciente, pero se profundizó de forma alarmante en el último año. El 86% de los hogares argentinos convive con algún tipo de deuda. La mayoría lo hace a través de tarjetas (53,6%), aunque un 18,1% recurrió a familiares o amigos, y el 13,8% acudió a créditos bancarios o financieras.

A esto se suma otro frente de presión: el techo. Con la desregulación del mercado de alquileres tras el DNU 70/2023, el 64,6% de los inquilinos acumula deudas vinculadas a su vivienda, y casi la mitad no logró pagar el alquiler a tiempo en los últimos meses. Mientras tanto, el ingreso promedio no alcanza ni de cerca a cubrir los costos de vida. En marzo, una familia tipo necesitó más de $1.374.000 para no caer bajo la línea de pobreza, una cifra que cuadruplica el salario mínimo vigente.

El Instituto de Pensamiento y Políticas Públicas (IPYPP) advierte que, aunque algunos hogares lograron superar la línea de pobreza gracias a aumentos salariales o trabajos extras, esto no implica una mejora real. Muchos de ellos tuvieron que vender bienes, vaciar sus ahorros o endeudarse para llegar a fin de mes, erosionando su patrimonio y dejando el futuro hipotecado.

El consumo privado, reflejo directo del poder adquisitivo, atraviesa una de sus peores rachas en décadas. En todo 2024, los niveles de consumo cayeron mes a mes. La leche y la carne vacuna –productos esenciales de la dieta nacional– marcaron los niveles más bajos de consumo en 34 y 30 años, respectivamente. El año 2025 no arrancó mejor: en enero el consumo se desplomó 10,6% y en febrero otro 9,8%, completando 14 meses consecutivos de caída, según la consultora Scentia.

A esta altura, más que una crisis económica, lo que vive el país es una crisis de subsistencia. Un modelo que no ofrece oxígeno y que obliga a los hogares a recurrir a soluciones de emergencia como norma. De hecho, el 41,4% de las familias admite haber echado mano a sus ahorros para cubrir gastos corrientes, cinco puntos más que en 2023.

Mientras tanto, las estadísticas siguen siendo eso: números. Pero detrás de cada porcentaje hay una historia real. De esfuerzo, de ajuste, de angustia. En un país donde el esfuerzo se paga en cuotas, y vivir se volvió un lujo financiado.