La gente anda diciendo

La gente anda diciendo que mientras el Gobierno celebra supuestas mejoras económicas, la realidad le pasa por al lado como una topadora. El dólar mayorista cayó un 2,7 % en una semana, el Banco Central tuvo que intervenir, y los grandes jugadores ya hablan de desconfianza e incertidumbre estructural. JPMorgan directamente recomendó desprenderse de bonos argentinos,…

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La gente anda diciendo que mientras el Gobierno celebra supuestas mejoras económicas, la realidad le pasa por al lado como una topadora. El dólar mayorista cayó un 2,7 % en una semana, el Banco Central tuvo que intervenir, y los grandes jugadores ya hablan de desconfianza e incertidumbre estructural. JPMorgan directamente recomendó desprenderse de bonos argentinos, por temor a una crisis cambiaria silenciosa que el relato oficial no menciona.

Se escucha que mientras el Gobierno intenta mostrar orden, el país se deshilacha: el fentanilo contaminado ya mató a 48 personas, y el Ministerio de Salud sigue sin explicar por qué el medicamento circuló sin control. La tragedia expone, una vez más, la debilidad del Estado en áreas donde debería estar más fuerte que nunca.

Dicen que en vez de garantizar salud y seguridad, el oficialismo redobla su obsesión por el control y el disciplinamiento: esta semana se multiplicaron denuncias por espionaje ilegal a periodistas y opositores, bajo la excusa de “monitorear la manipulación de la opinión pública”. La democracia se erosiona no solo con tanques, sino también con algoritmos y carpetazos.

También comentan que en la calle ya no alcanza con números prolijos: universitarios, docentes y científicos siguen marchando contra la motosierra que recorta el presupuesto educativo, cierra proyectos de investigación y deja las aulas sin luz ni calefacción. Se escuchan cada vez más voces que comparan el ajuste actual con el desfinanciamiento que precedió al estallido de 2001.

Mientras tanto, Milei jugó fuerte con la diplomacia… o más bien con la indiferencia. Durante la cumbre del Mercosur, el presidente de Brasil, Lula da Silva, pidió visitar a Cristina Kirchner en su prisión domiciliaria. El gesto fue contundente, y aunque Milei intentó ignorarlo, el mensaje fue claro: en la región hay quienes ven la condena como una mancha institucional más que como un acto de justicia.

La gente anda diciendo que el poder no se mide solo en lo que se dice desde un atril o un gráfico de Excel. Que cuando los aliados internacionales visitan a quien está condenada, cuando el dólar se escapa, y cuando los propios bancos levantan bandera roja, lo que falla no es la narrativa, sino el rumbo.

Dicen que este gobierno avanza como si los problemas se resolvieran por decreto, y la calle le responde con pancartas, cacerolas, y verdades incómodas. Que no hay república posible si la justicia persigue, la prensa es vigilada y las universidades se apagan.

Se escucha que la paciencia social no es infinita. Que la motosierra no puede usarse para gobernar todo el tiempo. Que mientras los que más tienen siguen acumulando, en los barrios se cocina con leña, se aprende con frío, y se sueña con poco.

La gente anda diciendo que gobernar no es resistir la calle, sino escucharla.