La gente anda diciendo que la crisis ya no es solo tema de pasillos: se instaló en el frente de batalla financiero y político. El presidente arroja la culpa del desastre a un “pánico político” que, según él, arranca en rumores y termina con el peso perforando su banda de flotación. El Banco Central debió vender 678 millones de dólares solo un día para contener la depreciación, mientras las reservas caen y el riesgo país se dispara.
Dicen que el respaldo internacional llegó justo a tiempo: EE. UU. ofreció apoyo explícito, con instrumentos financieros y compra de deuda para “rescatar” a Argentina. Una asistencia con lente de emergencia que muchos interpretan como un salvavidas ideológico.
También comentan que, lejos de mitigar la presión, el escándalo por corrupción siguió avanzando: la justicia intensificó el cerco sobre Karina Milei, hermana y operadora clave del gobierno. Se investigan contratos, sobornos y vínculos con la droguería Suizo Argentina, y el secreto de sumario ya fue levantado para que el caso salga a la luz.
La gente anda diciendo que mientras los mercados miran con lupa, el gobierno insiste en la narrativa del complot externo y el “desestabilizador invisible”, solo para adormecer lo que ya muchos perciben: que el poder interno está podrido de privilegios y corrupción.
Se escucha que el tiro por elevación también explotó en la política bonaerense: tras la paliza electoral, el peronismo ya no celebra solo una victoria local, sino que lanzará un mensaje nacional fuerte de cara a octubre. El oficialismo se da cuenta de que perder territorio clave no es solo un revés humillante, es un quiebre estratégico.
Dicen que el 3 % que presuntamente se llevaba Karina ahora resuena como cifra simbólica de cuánto el oficialismo puede perder, porque mientras ella cobraba porcentajes, él perdió por decenas de puntos. Ironía amarga: los retornos corruptos se pagaron con derrota política.
La gente sigue diciendo que ni rescates de Estados Unidos, ni ventas de dólares digitales pueden cubrir el déficit moral. Que votar contra el ajuste y denunciar la corrupción no es solo estrategia electoral, es un mandato ciudadano. Y esta semana ese mandato amplificó su voz, no desapareció.
La editorial recuerda que gobernar no es refugiarse detrás de ministros ni discursos internacionalistas: es asumir responsabilidades frente al dolor cotidiano. Y el dolor, la sangría económica, la censura, los audios callados y las mentiras acumuladas son el eco que el poder no puede seguir ignorando.
Porque donde gobernar narra privilegios y decreta silencio, la gente responde con memoria, con urnas y con marchas. Y en ese camino lento pero firme, están decretando un nuevo rumbo para el país.