La gente anda diciendo que esta semana la tensión social empezó a tomar un rostro más duro: el Gobierno, después de prometer “aire de paz”, suma frentes que pueden explotar en diciembre.
Se comenta que los aumentos previstos para noviembre, lejos de ser simbólicos, golpean fuerte. La luz y el gas subieron un 3,8 % promedio. También se dispararon los alquileres (hasta 42,2 %) y los boletos de transporte. La gente anda diciendo que no es “orden fiscal”, sino presión sobre quienes menos pueden pagar: esos aumentos no son para consolidar estabilidad, sino para desinvertir en lo social y cargar el costo sobre los más vulnerables.
Dicen que los sindicatos universitarios ya no se contentan con las promesas vacías: convocaron un paro de 72 horas entre el 12 y el 14 de noviembre para denunciar el deterioro en las condiciones de trabajo y la falta de respuestas. Esa movilización tiene sabor a advertencia: no es un reclamo menor, sino un aviso claro de que el ajuste estatal tiene límites, y que el sector académico puede pelear para revertirlo.
También se señala que las organizaciones sociales no esperan a diciembre: los movimientos piqueteros coordinan ya una ofensiva para los últimos días del año, anticipando un cierre conflictivo si no cambian las políticas de ajuste. Desde “La gente anda diciendo” creemos que no es casualidad: cuando las cuentas no cierran para el Estado, el ajuste va a los más pobres, y las organizaciones populares van a responder.
Y sí, el reclamo tiene un contexto más amplio: se percibe que esta “nueva etapa” no es de reconciliación institucional sino de consolidación del modelo. Muchos sostienen que Milei no solo busca equilibrio fiscal, sino redefinir qué tipo de Estado quiere quedarse: uno que gasta poco, regula menos y descarga la carga sobre los ciudadanos.
La gente anda diciendo que, si el Gobierno pretende gobernar con legitimidad, debe demostrar que su austeridad no es solo un símbolo, sino una política justa. Que el ajuste no descanse sobre el sacrificio de los que ya no tienen margen. Y que, de no hacerlo, la paz prometida podría transformarse pronto en confrontación.
Porque gobernar no es solo arreglar números; es sostener vidas con dignidad.

