La gente anda diciendo que el clima político dejó de ser solo económico para volverse abiertamente conflictivo. El Gobierno cerró la semana reafirmando su intención de avanzar con la reforma laboral, aun sin consensos claros, y el mensaje fue leído en muchos sectores como una señal de endurecimiento antes que de diálogo.
Se comenta que la insistencia oficial en “modernizar” las relaciones de trabajo volvió a encender alarmas. La reforma laboral, presentada como una herramienta para generar empleo, es percibida por amplios sectores como un intento de flexibilización que puede debilitar derechos históricos: indemnizaciones, estabilidad y negociación colectiva. La gente anda diciendo que cuando el ajuste se disfraza de reforma, casi siempre termina pagando el trabajador.
También se habló fuerte esta semana del rumbo político elegido por el Ejecutivo. Lejos de moderar el tono, el Presidente redobló su discurso contra sindicatos, organizaciones sociales y opositores, a los que volvió a señalar como obstáculos para el cambio. En el Congreso, las conversaciones están trabadas y el oficialismo apuesta más a la presión que al consenso. La gente anda diciendo que gobernar a fuerza de confrontación puede cerrar filas propias, pero abre grietas sociales difíciles de cerrar.
En el plano económico, el telón de fondo no cambia: consumo deprimido, salarios que no recuperan poder adquisitivo y un mercado laboral cada vez más frágil. La promesa de que la reforma laboral traerá empleo choca con una realidad donde muchas empresas no contratan y otras directamente reducen personal. La gente anda diciendo que sin reactivación productiva, cualquier cambio en las leyes del trabajo suena más a recorte que a solución.
Las calles, mientras tanto, empiezan a calentarse de nuevo. Sindicatos y organizaciones anticipan un diciembre tenso si el Gobierno avanza sin escuchar. No se trata solo de una discusión técnica: es una disputa sobre qué modelo de país se quiere construir y quién paga el costo de ese modelo.
La gente anda diciendo que esta semana dejó algo claro: la reforma laboral no es un tema más, es una línea roja. Y que si el Gobierno decide cruzarla sin acuerdos ni sensibilidad social, el conflicto no será una sorpresa, sino una consecuencia.
Porque gobernar no es imponer reformas, sino construir legitimidad. Y eso, dicen muchos, no se logra ajustando derechos.

