La gente anda diciendo que el año se fue apagando sin clima de fiesta. Las luces están puestas, los saludos circulan y las mesas se arman como se puede, pero en muchos hogares el ánimo no acompaña. El cierre de 2025 llega con más silencios que brindis, y con una sensación difícil de disimular: para una parte grande del país, este diciembre duele.
Se comenta que el Presupuesto 2026 presentado por el Gobierno terminó de confirmar un rumbo que genera inquietud. El equilibrio fiscal vuelve a ser el eje excluyente, con un Estado más chico y menos margen para políticas sociales, educativas y de salud. La gente anda diciendo que un presupuesto no es solo una previsión económica, sino una definición humana: dice a quién se cuida y a quién se le pide que aguante un poco más.
También se habló esta semana del clima político que rodea el cierre del año. El oficialismo busca avanzar con su agenda sin grandes cambios, convencido de que el ajuste es el camino. En el Congreso, sin embargo, crecen las conversaciones tensas y las miradas preocupadas hacia las provincias. Gobernadores y legisladores saben que los números pueden cerrar, pero que la realidad social no siempre espera.
En los barrios, el fin de año se vive distinto. Hay familias donde Papá Noel llega con lo justo, y otras donde directamente no llega. Madres y padres que hacen cuentas para poner un plato de comida en la mesa, trabajadores que perdieron el empleo en los últimos meses, changas que ya no alcanzan ni para un regalo simbólico. La gente anda diciendo que duele explicarles a los chicos por qué este año hay menos, por qué hay que entender, por qué “ya va a mejorar”.
El consumo sigue retraído y se nota. Comercios con ventas bajas, ferias más chicas, fiestas organizadas con austeridad forzada. No es una elección: es una obligación. La gente anda diciendo que no falta voluntad de celebrar, falta tranquilidad. Falta la certeza de que el trabajo va a seguir, de que enero no va a ser peor, de que el esfuerzo tiene algún sentido.
En lo social, diciembre vuelve a mostrar su fragilidad histórica. No hubo estallidos, pero sí una tristeza extendida, un cansancio profundo. Organizaciones, comedores y espacios comunitarios redoblan esfuerzos para que nadie se quede sin un plato caliente. La gente anda diciendo que cuando la solidaridad popular tiene que reemplazar al Estado, algo no está funcionando bien.
El 2025 se despide dejando una imagen clara: luces encendidas en las calles y preocupación en las casas. El Presupuesto 2026 marca una hoja de ruta, pero también una advertencia. Si el orden económico no se traduce en trabajo, pan y dignidad, las fiestas se vuelven un trámite y la esperanza se posterga.
Porque cerrar un año debería ser motivo de encuentro y alegría. Y cuando eso no pasa, la política tiene que escuchar. Eso es, también, lo que la gente anda diciendo.

