En medio de las estrategias que configuraron la primera placa de eliminación, un participante cuestionó a la joven, quien debió ser contenida por sus compañeras
En el encierro donde cada palabra pesa como plomo, las estrategias pueden convertirse en dagas. Así lo demostró Renato, el participante oriundo de Perú de la nueva edición de Gran Hermano, al lanzar un comentario que desbordó las emociones de Keila, la joven de Tigre, quien, enfrentada a una súbita tormenta emocional, terminó sumida en un posible ataque de pánico.
“Preocupate que no estés en placa porque es una semana más sin tu abuela, que la dejaste sola”, disparó el joven con la frialdad de quien juega a ganar sin medir las consecuencias. Las palabras atravesaron a la morocha como un puñal. En cuestión de minutos, estaba tirada en su cama, sollozando sin consuelo.
La primera en acudir fue Petrona, cuyo instinto maternal afloró ante la angustia de su compañera. “Ya está, mi amor. Llorá, te hace falta”, le decía la tucumana, mientras la abrazaba y sus lágrimas se unían a las de Keila. En un entorno donde la competencia define los vínculos, el gesto de la mujer dibujó un contraste, mostrando que la humanidad puede sobrevivir al encierro.
Entre sollozos, la joven que estaba pasando por el mal momento dejó entrever la raíz de su dolor: “Me vine sola para no angustiar a nadie”, reveló al destacar la carga emocional que implica la separación de sus seres queridos. “Me agarró un ataque de ansiedad”, admitió, casi como si pidiera perdón por su sentimiento.
En esos momentos críticos, la llegada de Delfina, una de las nominadas para abandonar la casa, fue un bálsamo. Con calma, tomó las manos de Keila, la miró a los ojos y le dio herramientas prácticas para manejar su ansiedad: “Pensá en cinco cosas que puedas escuchar, cinco cosas que puedas ver, cinco cosas que puedas oler. Concentrate en eso”.
La técnica, un sencillo, pero efectivo ejercicio de grounding, logró devolverle algo de estabilidad a Keila. Entre respiraciones pausadas y un vaso de agua que le ofreció Delfina, la joven recobró la compostura. Sin embargo, al intentar relatar su experiencia, las emociones la invadieron de nuevo. “Me había dado una vez, pero nunca tan fuerte. No podía respirar”, dijo, con una voz quebrada que reflejaba el miedo de quien se enfrenta a su propio cuerpo como enemigo.
“Son tus sentimientos, no tiene nada que ver el tiempo”, le aseguró Delfina, dándole un marco de comprensión a lo que Keila no lograba procesar. Minutos después, llegó Sandra, otra de las participantes, quien le recomendó hablar con el psicólogo del programa, recordándole que incluso en un entorno competitivo, la salud mental no debe dejarse de lado.
Rodeada por sus compañeras, Keila logró recuperar la calma. Agradeció con sinceridad el apoyo recibido, mientras su vulnerabilidad, expuesta a millones de espectadores, recordaba la delgada línea entre la estrategia y la crueldad. Así transcurre la primera semana de Gran Hermano, el escenario donde cada emoción se magnifica, y que revela una vez más su dualidad: un espacio de lucha feroz, pero también de conexiones humanas que resisten incluso en las circunstancias más adversas. La participante seguirá enfrentando las semanas restantes con la sombra de sus emociones a cuestas. Y en el aire quedará la pregunta: ¿hasta dónde se puede llegar en nombre del juego?
Cabe recordar que la tigrense fue la primera en entrar a la casa y brindó un frenético discurso de presentación: “Quiero ser famosa desde que tengo 3 años, yo me hice las lolas, pero la verdad es que ya están bastante caídas. Tengo un problemita: primero hablo y después pienso, eso me juega muchísimo en contra porque soy muy impulsiva. Me molestan mucho la traición y la gente con complejo de víctima. Soy muy cholula, la gente o me ama o me odia. Igual a mí no me importa, Quiero estar tranquila con mis compañeros, pero en el confesionario, taca taca a todos”.