El filme se estrenó este jueves 29 de agosto en todas las salas comerciales. El actor recordó el origen de este proyecto; contó algunas perlitas del rodaje, donde compartió escenas con su gran amigo, Roly Serrano; y repasó sus logros profesionales en televisión
“A un pequeño pueblo, perdido entre montañas y paralizado tras el cierre de la mina que le daba vida, llega un forastero ofreciendo una importante paga por un trabajo ‘especial’. El encargo consiste en matar al propietario de la mina —condición previa a una inversión que traerá ‘progreso’—”, anuncia la sinopsis de Hombre Muerto, un western 100% argentino, que se estrenó este jueves 29 de agosto.
Bajo la dirección de Andrés Tambornino y Alejandro Gruz, la película filmada en los imponentes paisajes naturales de la provincia de La Rioja, tiene como protagonista a Osvaldo Laport (Almeida), que se pone en la piel de un ex trabajador de circo, barbudo y de pelo largo, que se comunica casi exclusivamente a través de fábulas y cuentos.
Tras su estreno en las salas comerciales, Laport —que está dando sus primeros pasos en la pantalla grande nacional después de Partida: la verdad no le teme a nada (2023); Bandido (2021); 4 metros (2019); Solo un ángel (2005); y Maldita Cocaína (2001)— para recordar el origen de este proyecto; contar algunas perlitas del rodaje, donde compartió escenas con su gran amigo, Roly Serrano; y repasar sus logros profesionales. “Creo que el cine era como una asignatura pendiente. Me faltaba empezar a transitarlo con más continuidad. Igual, siento que me falta hacer de todo. No me veo retirándome del arte porque es mi pilar fundamental en la vida”, dice el también embajador de ACNUR desde hace dos décadas.
La propuesta para filmar Hombre Muerto comenzó a gestarse en plena pandemia. “Cuando recibí el llamado telefónico de Andrés Tambornino fue algo verdaderamente sorpresivo porque, en ese momento, no podíamos pensar en trabajo. En ese intercambio, él me contó la historia de mi personaje, llamado Almeida, que tenía un circo y recorría el país en tren, hasta que se bajó en un pueblito y seenamoró de una posadera. ‘Vi en Instagram que tenés el pelo largo y barba. Me encanta ese look para este papel’, me dijo. Yo le comenté que era para otra película, pero que con la pandemia se había pausado. Lo cómico es que al final terminé usándolo para esta y no para la otra (NdR.: El señor de las ballenas), que la filmé rapado”, repasa.
En el filme Osvaldo Laport se pone en la piel de Almeida, un ex trabajador de circo, barbudo y de pelo largo, que se comunica casi exclusivamente a través de fábulas
El rodaje del filme, que duró treinta días, se desarrolló en las locaciones más impresionantes de La Rioja, como Pampa de las Salinas; Amaná, una pintoresca comarca que limita con el Parque Nacional Talampaya, declarado Patrimonio Mundial por la UNESCO; y Los Colorados, un pueblo rural dentro de la Reserva Natural Los Colorados. Laport cuenta que aterrizó en la provincia un día antes del comienzo de la grabación. “Previamente, me habían mandado una fotografía del ranchito donde vivía Almeida y yo lo había visto como muy limpio. Pero cuando fuimos a ver la locación, al final, esa pulcritud no existía más: el viento Zonda se encargó de darle la ambientación y el color que necesitaba. Incluso hasta a mi personaje. ¿Viste que nunca cambia de ropa? No te imaginás la mugre que tenía ese vestuario”, cuenta Osvaldo entre risas.
—Algunas reseñas de la película dicen que el hermetismo y heroísmo de Almeida, por momentos, recuerdan al personaje de Charles Bronson en Érase una vez en el Oeste. ¿Te inspiraste en alguien para componerlo?
—Almeida es una composición que nació, como muchos de mis personajes, con cierta transgresión. Los personajes lo obligan a uno a empujarse a la creatividad y aparecen de un momento a otro. En mi caso, tengo como cierta sensibilidad a la hora de comprometerme con mis papeles, más allá de si después resulta un acierto o un desacierto. Además de la sensibilidad, también tengo cierto privilegio, porque cuando los productores saben que necesitan un loco, ahí me llaman.
—Uno de los integrantes del elenco es Roly Serrano. ¿Cómo es tu relación con él?
—Con Roly somos como hermanos de la vida. Somos muy amigos. Yo lo vengo acompañando desde que tuvo ese accidente automovilístico. Todavía está en rehabilitación y estamos trabajando juntos en un proyecto para cuando reciba el alta. Él hace del cura del pueblo y está muy gracioso.
Durante el rodaje del filme, los personajes de Osvaldo Laport y Roly Serrano compartieron algunas escenas. “Somos como hermanos de la vida”, contó el actor uruguayo
—El público está un poco más acostumbrado a verte en el personaje de telenovela, muchos de ellos galanes. ¿Fue más complejo ponerte en la piel de un ermitaño?
—Los personajes de galán para mí fueron eso: personajes. No son mi carrera. En televisión tuve mucho más chances de interpretar personajes atípicos, como un Guido Guevara (NdR.: su recordado personaje de Campeones de la vida) o un Amador Heredia (NdR.: su papel en Soy Gitano), que eran antihéroes. Creo que el cine era como una asignatura pendiente. Me faltaba empezar a transitarlo con más continuidad.
—¿Qué descubriste en el cine a diferencia de la tele?
—Por ahora, mi experiencia en cine es mucho más corta que en televisión, que fueron casi tres décadas. Yo arranqué en la televisión en los 80. En la década del 90 y principios del 2000 me sentí un elegido y un privilegiado porque el público acompañó todos mis proyectos y los convirtió en un éxito. La última novela que realicé fue en 2018, “100 días para enamorarse” (Telefe) con un personaje también comprometido, que era ese abuelo que no podía entender que su nieta quería ser varón. Me pareció maravilloso poder colaborar con una sociedad más inclusiva.
—Algunas de tus escenas, por ejemplo la de Amor en custodia,se convirtieron en memes. ¿Te divierte o te molesta?
—Yo siempre digo que uno tiene que estar aprendiendo todo el tiempo. No importa qué edad tenga. En ese sentido, las nuevas generaciones nos enseñan a seguir creciendo, avanzando y envejeciendo con sabiduría. Además, tienen este vínculo con lo virtual, que no era lo nuestro; lo nuestro era golpear puertas. Dicho eso, sería muy poco inteligente de mi parte, renegar de los memes. Al contrario, gracias a los memes me han llamado para hacer notas en otros países. Gracias a los memes, los pibes, los jóvenes, me están descubriendo y saben quién soy. Me lo manifiestan en Instagram, que es donde más actividad tengo. “Estamos viendo Campeones en YouTube”, me dicen.
Una escena junto a Diego Velázquez en Pampa de las Salinas
—¿Te queda algún sueño por cumplir en la profesión?
—(Risas). A nivel profesional a mí me van a sacar de arriba de un escenario, delante de una cámara o detrás de una cámara, porque también dirijo. Me falta hacer de todo. No me veo retirándome del arte porque es mi pilar fundamental en la vida. Eso y ACNUR (Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados), de donde soy embajador hace 20 años, voluntariamente.
—Un desafío enorme lo de ACNUR… ¿cómo lo vivís?
—La sensación de que no alcanza está siempre. Hace dos décadas que tengo este rol de embajador. He viajado. He ido a misiones. He estado en lugares verdaderamente muy frágiles. Crueles. Pasan los años y cada 20 de junio, que es el Día Mundial del Refugiado, se conoce la última cifra de esta realidad, que ya supera los 120 millones de personas que huyen o que son forzadas a huir de sus hogares para salvar sus vidas, víctimas de la persecución, la discriminación racial, religiosa, política, la guerra; y, también, el calentamiento global.