Una tonelada cada dos segundos, 49.300 toneladas por día. En Argentina la producción de residuos es alarmante. Existen -lo que el Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sostenible de la Nación define como “aquellos sitios donde se disponen residuos sólidos de forma indiscriminada, sin control de operación y con escasas medidas de protección ambiental”, 5.000 basurales a cielo abierto.
Los residuos, mal llamados “basura”, son un invento exclusivo del ser humano. En todo el mundo natural no existe una especie no humana que los genere de forma lineal como lo hace la sociedad. Por el contrario, la circularidad del sistema natural resulta perfecta. Un ejemplo claro y sencillo sería el primate que, al comer una banana, arroja la cáscara directamente al suelo. Esa cáscara sin empaquetado plástico ni calcomanías de origen, que fue creada por un árbol a partir de los nutrientes que el mismo suelo le dio, regresa a descomponerse nutriendo nuevamente la tierra. Un sistema completamente circular, de regeneración.
Los basurales a cielo abierto presentan un grave problema ante esta situación. No hay control sobre lo arrojado, tampoco una impermeabilización de los suelos, y muchas veces se encuentran en asentamientos informales donde se termina afectando de manera directa a la salud de las personas.
Las falencias en el tratamiento de los residuos representan una realidad transversal a todas las ciudades de Argentina, un país donde nueve de cada diez personas habitan en núcleos urbanos.
Los riesgos
Al no contar con suelo impermeabilizado, los basurales a cielo abierto resultan un foco de contaminación, tanto por la generación de líquido lixiviado como por la emisión de gases de efecto invernadero.
La contaminación del suelo repercute en los ciclos de vida de las plantas. A su vez los residuos mal dispuestos pueden generar la proliferación de plagas y vectores de enfermedades diversas. Su principal efecto es la contaminación de los acuíferos. Las aguas subterráneas son las principales afectas por este tipo de contaminación.
En el caso de la provincia de La Pampa 71 municipios son abastecidos por aguas derivadas de acuíferos. Con la contaminación de las napas el riesgo para las ciudades pampeana es incalculable.
Existe además el riesgo de que los residuos sean incinerados de forma espontánea o intencional, y en el caso de los plásticos y otros materiales puede derivar, también, en la emisión de sustancias tóxicas, aumentando la concentración de contaminantes atmosféricos como óxidos de nitrógeno, óxidos de azufre o metales pesados, como el mercurio, el plomo, el cromo o el cadmio.
El lixiviado es un líquido que se produce cuando los residuos sufren el proceso de descomposición, y el agua (de las lluvias, el drenaje de la superficie o las aguas subterráneas) se percola a través de los residuos sólidos en estado de descomposición. Este líquido contiene materiales disueltos y suspendidos que, si no son controlados de forma adecuada, pueden pasar a través del piso de base y contaminar fuentes de agua potable o aguas superficiales.
El biogás, por su parte, es una mezcla de metano y dióxido de carbono también producida a partir de la descomposición de los residuos. A medida que se forma el metano, acumula presión y comienza a moverse a través del suelo, siguiendo el camino de la menor resistencia. El metano es más liviano que el aire y es altamente inflamable, pero, además, liberado a la atmósfera, contribuye en gran medida al agotamiento de la capa de ozono y al cambio climático.
Las soluciones
Por otro lado, la gestión adecuada de la basura domiciliaria, incluyendo su disposición final de forma segura, pensando en la salud de las personas y en la protección del ambiente, enmarcada en los principales preceptos de la economía circular (prevenir, reducir, reciclar, compostar y disposición final), es siempre una meta a lograr, aunque con los métodos convencionales de disposición final, es siempre una meta difícil de conseguir.
Estimaciones recientes afirman que para el año 2030 la generación de basura alcanzará la friolera de 2.600 millones de toneladas, y si a esto le sumamos el contexto actual de pandemia, la cifra se eleva de forma importante.
La necesidad de transición hacia un modelo de economía circular es uno de los objetivos primordiales en el mundo entero. Es el modelo ideal para corregir el camino y empezar a enmendar las agresiones cometidas a nuestros bienes naturales y en definitiva a nuestro hábitat.
El clásico esquema lineal de extracción, transformación, uso y eliminación debe necesariamente ser sustituido inmediatamente por otro que contemple reducción, reciclaje y recuperación.
El reciclado
En la actualidad los proyectos waste-to-energy (WTE) lucen como la mejor alternativa a futuro para el tratamiento de los residuos ya que sus emisiones (dioxinas, furanos, etc.) son menores que cualquier instalación de combustibles fósiles comparable, se evita el enterramiento y quema a cielo abierto y es una fuente de energía alternativa, dándole un valor agregado a una problemática preocupante.
De acuerdo a estudios recientes, la gasificación se presenta como una alternativa atractiva para el tratamiento de los RSU con recuperación energética. La urbanización, la creciente conciencia ambiental, las regulaciones cada vez más estrictas y los requerimientos de mercado, están influyendo fuertemente en el cambio de tendencia hacia tecnologías WTE.