Un invento francés que revolucionó la higiene personal y marcó una diferencia en Argentina.
Un artefacto que nació en Francia durante el siglo XVIII revolucionó la higiene personal y fue adoptado de maneras insospechadas en distintas partes del mundo. En Argentina, el bidet se transformó en un elemento imprescindible en los baños, aunque su uso tiene particularidades que lo diferencian del resto del planeta.
Desde sus inicios como un objeto vinculado a la nobleza europea hasta su arraigo en los hogares argentinos, esta invención tiene una historia llena de curiosidades y debates. Incluso en el país donde más se utiliza, su empleo “al revés” genera sorpresas y reflexiones.
La historia del bidet
El bidet tiene sus orígenes en Francia, donde fue creado en el siglo XVIII. Según una versión popular, surgió como un accesorio para higienizarse tras el acto sexual, algo que lo relacionó rápidamente con la nobleza de la época. Las damas de la corte lo utilizaban en sus habitaciones, ya que su diseño inicial era portátil y consistía en una palangana sobre un armazón de madera.
El nombre “bidet” proviene del término francés que significa “caballo pequeño”, una alusión a la posición que se adopta para usarlo. Este artefacto, también apodado “el confidente de las damas”, sobrevivió a los cambios sociales y políticos, como la Revolución Francesa, y para mediados del siglo XX llegó a ser considerado un elemento fundamental para la salud pública en algunos países europeos.
En sus primeras versiones, este producto era accionado manualmente mediante bombas que expulsaban agua desde un depósito. Con la llegada de las redes de agua corriente y sistemas de desagüe, el diseño evolucionó hasta el modelo fijo que conocemos hoy.
La singular relación de Argentina con un invento que el mundo dejó atrás.
¿Por qué los argentinos usamos el bidet “al revés”?
El bidet llegó a Argentina hacia finales del siglo XIX, en una época en que París era un faro cultural para las elites locales. Los viajeros que visitaban la capital francesa se llevaron este artefacto como una novedad, y poco a poco comenzó a instalarse en los baños nacionales como un cuarto elemento indispensable, junto con el inodoro, el lavamanos y la ducha.
A diferencia de otros países, los argentinos adoptaron una forma de uso particular. Según expertos, el modo “correcto” de usarlo es mirando hacia la pared, con las canillas al frente. Sin embargo, en el país se popularizó el uso contrario, con la espalda hacia las canillas, lo que exige maniobras poco convencionales para ajustar el agua.
Esta peculiaridad ha desconcertado a extranjeros que visitan Argentina e incluso ha sido tema de debate. Jorge Tartarini, del Museo del Agua y de la Historia Sanitaria, sostiene que esta reinvención del uso es una muestra de cómo el bidet se integró de manera única en la cultura nacional, aunque también señala que su obligatoriedad en las construcciones podría desaparecer en el futuro debido a cambios en las normativas.
Con el tiempo, este producto no solo ha sido reinterpretado en su uso, sino que también ha enfrentado debates morales y culturales. En sus inicios, fue rechazado por sectores religiosos que lo consideraban inmoral, y algunas personas lo confundieron con objetos de propósito desconocido. A pesar de estas controversias, el artefacto sigue siendo un símbolo distintivo de los baños argentinos, aunque su existencia pende de un hilo frente a las nuevas tendencias de diseño y construcción.