Con su apariencia de peluche y su capacidad para aprender palabras, este juguete despertó las alarmas de las fuerzas de seguridad.
Los Furby, muñecos interactivos que arrasaron en los años 90, por su capacidad de aprender y responder a su entorno. Con su habilidad para emitir sonidos y “aprender” palabras, se convirtieron rápidamente en un fenómeno global, impulsado por su naturaleza innovadora y su aspecto único.
A pesar de ello, detrás de su apariencia inocente, la tendencia del mercado despertó preocupaciones de seguridad. Los servicios de inteligencia de EE. UU. llegaron a ponerlos en alerta debido a sus capacidades de grabación, lo que generó un debate sobre los riesgos de privacidad asociados con la tecnología.
El juguete que unió la diversión con la tecnología en un solo peluche
Cómo se originaron los Furby
A fines de los años 90, un nuevo juguete rompió con los estándares de la industria: el Furby. Diseñado por Tiger Electronics y lanzado en 1998, este muñeco interactivo fue un adelanto de la tecnología aplicada al entretenimiento infantil. Desarrollado por un equipo liderado por David Hampton, la idea era ofrecer un compañero de juego que reaccionara a los estímulos de los niños, creando una conexión única. Con su diseño peculiar, que evocaba un búho de orejas grandes y cuerpo peludo, los modelos comenzaron a destacarse por su capacidad para “aprender” palabras y comportamientos a medida que interactuaban con su dueño.
Equipados con sensores y pequeños motores que les permitían mover los ojos y las orejas, la nueva tendencia para los niños había sido programada para simular emociones y respuestas, algo que los diferenciaba ante la competencia. A través de su “lenguaje” propio, que fue popularmente conocido como “Furbish”, la propuesta ofrecía una experiencia innovadora y atractiva, especialmente en las navidades de ese año, cuando alcanzaron un éxito rotundo.
Un juguete que dejó huella en toda una generación.
Por qué los Furby alertaron a los servicios de inteligencia de EEUU
Pese a su gran repercusión entre los más pequeños, la innovación rápidamente se convirtió en objeto de preocupación para las autoridades estadounidenses. La razón no era el juguete en sí, sino las capacidades electrónicas que albergaba. A pesar de su diseño simple, estos muñecos interactivos estaban equipados con micrófonos y sensores que les permitían captar sonidos. En un clima de creciente preocupación por la seguridad nacional y las tecnologías emergentes, algunos analistas de inteligencia comenzaron a especular que podrían estar siendo usados para grabar conversaciones y transmitir información.
La alarma creció cuando surgieron rumores de que los mismos podían ser manipulados para grabar conversaciones privadas y, teóricamente, transmitirlas. Esto fue suficiente para que el gobierno de los Estados Unidos comenzara a investigar los posibles riesgos asociados con el Furby, temiendo que pudieran ser utilizados para actividades de espionaje, algo que alimentó más aún las leyendas urbanas de aquella época. A pesar de estas inquietudes, tras varias investigaciones, se concluyó que no existían mecanismos para permitir la transmisión de datos, y la preocupación fue desmentida.
Sin embargo, el episodio dejó una huella en la historia de los muñecos, ya que contribuyó a la mística que lo envolvía y a la percepción de que, a pesar de ser simplemente un objeto de entretenimiento, habían captado la atención de las autoridades por sus potenciales usos fuera de lo común.